Volvimos a las playas de O Vicedo a luchar contra los vikingos. Porque aunque, parezca mentira, los vikingos lucharon contra alguien. Esto es como cuando pierde el Madrid o el Barcelona. Te ves todo el telediario, sabes si va a dimitir el entrenador, los líos de vestuario...pero no te enteras de quién les ha ganado. Pero nos lo tomamos con actitud positiva.
Este año el barco no se medio hundió como la última vez ni
desembarcaron a un kilómetro. Desembarcaron más o menos donde querían y esta
vez los vikingos eran menos de los esperados, así que les pasamos dos de
nuestros mejores hombres.
Acortaron demasiado la playa, así que no disfrutamos del
trote de los caballos por la arena, más bien parecía una plaza de toros que una
playa. Al acortar también las distancias, las flechas quedaron menos vistosas, con menos vuelo. Pero la formación de
lanceros, en muro de escudos con línea de arqueros detrás y caballería en los
flancos auguraba esta vez una fácil victoria cristiana (vamos, que ni un tonto
pierde esa batalla….). Pero tenían que ganar los vikingos, supongo que
pusieron mas actitud.
Es curioso que nos pasamos media vida por lugares fundados
por musulmanes que vivieron siglos y dejaron aquí su impronta cultural, lengua,
arquitectura, arte, gastronomía… y tienen que perder siempre, pero basta con
que los vikingos desembarquen para que todos quieran ser vikingos mientras
discutimos si hay evidencias de que estuvieron o no.
Al anochecer realizamos nuestro nombramiento de caballeros,
entre lo jocoso y divertido, comprobamos que desde el alcalde de la villa hasta
los otros siete participantes fueron más hábiles seduciendo a sus esposas con
el laúd que usando la espada.
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